Muchas veces pienso que debería mandar a la soberana mierda
todo lo que he podido escribir hasta ahora. Todo. Que no quede ni un ápice de
la gilipollez que dio lugar a todos esos relatos tristes. Tristes y cortos y
vacíos y demoledores y ambiguos e inventados e inútiles. Pero sobre todo cortos
y vacíos. Sí. Cortos y vacíos serían las únicas palabras que podrían definir
todos esos relatos plasmados en poco más de diez líneas. En realidad nunca
quise recordarlos. No. Porque recordarlos sólo es la teoría que confirma que mi
vida está vacía. Y no recordarlos sería
un indicio de que no creo en las historias. Cosa que no es cierta. Porque eso
sería tirar por la borda gran parte de la literatura que me ha manchado las manos de
fe durante años. Sería asentir y callar ante todos esos libros existencialistas
sin principio ni fin. Todos esos libros que dicen cosas que ni van ni
vienen. Dicen cosas porque siempre ha
sido revolucionario decir cosas. Pero en realidad todo eso es un montón de
mierda infumable. Más infumable que el ducados negro que tiene en la boca el
señor mayor que siempre está en su casapuerta
mirando las faldas cortas de las chicas jóvenes. Y que rezuma humedades y
sangre. Qué asco da ese señor. Casi igual que esos libros. Siempre con la misma
estructura. Una cadena de cinco o seis
palabras a raíz de las cuales cada autor dice muchas cosas aburridas y
sinsentido que desembocan en tantas interpretaciones como personas hay en el
mundo. Y nada más. Ni siquiera un
comienzo, ni un final. No. Cosas y cosas y cosas que ya han dicho otros antes y
que seguramente dirán muchos después.
Creo que nunca fui capaz de acabar uno de esos libros. Pero
mucha gente dice que son el recopetín .
Mucha gente que se mete la cultura con calzador. Esa gente debería inmolarse.
Pues eso. Que yo soy más de historias. Qué bien me sienta la
gente que sabe contar historias. Me sientan mejor que la ducha de las siete y
media de la mañana en el mes de diciembre con agua hirviendo. Esa gente sabe
que todo tiene un punto y final. Y que lo que pase en el transcurso es lo único
verdadero y válido. En esas historias siempre hay un detonante que hace que
quieras seguir adelante o detenerte y retornar a sabiendas de que puede ser un error. Esas historias siempre dan la
posibilidad de elegir. Y poder elegir es más básico que intentar respirar.
La gente que escribe esas historias hace que mis historias
cortas y vacías también merezcan formar parte de los flashbacks de mi vida. Hasta podrían graduarse en eso. Graduado en
contador de historias. Yo los amaría eternamente. Y nada más.