Estoy. Estoy aquí,
con los pies sobre el asfalto. De nuevo fluyendo entre la multitud, que hiede a
miedo y desgana. Estoy como siempre, y como antes. Como antes de que nuestras
bocas se tocaran. Cuando yo no era tú y pensaba que nadie jamás podría cambiarme. He conseguido volver al camino que seguía
antes de tomar la desviación hacia ti. Este tiempo de silencio ha sido un ruido
ensordecedor, un bocado en mis heridas más frescas, un empujón hacia mi
tumba. Aún te echo de menos, pero ya no te encuentro con facilidad en las
ruinas de mi memoria. He probado a reconstruir la imagen de tu rostro y sólo he
conseguido entrever una silueta difuminada de lo que una vez importó demasiado.
No he sido capaz de imaginarte con precisión. No lo he sido. Mátame. Porque ya
no puedo acordarme cada día de ti. Te fuiste entonces y te estás yendo ahora. Échale
la culpa al dolor que causaste, él ha querido que nuestras manos estén hoy lejos
de alcanzar lo que ayer era real. Sigo. Sigo aquí, pensando en lo inmerecedor
que eres de estas líneas, y en que será el único lugar en el que te mantengas vivo
cuando deje de verte, de oírte, de sentir tus pasos revoloteando cada esquina
de mi casa.
Esta es la historia
de una primavera sin ti. De un verano conmigo. De un invierno con otro.