lunes, 17 de mayo de 2010

Vete y no vuelvas más.

Sólo sé encadenar palabras cuando llego a la más absoluta desaprobación de mí.
Violando mi carne. Mi alma. Mi mente. Matando mi espíritu. Sosegando el sosiego.
Cada golpe es a la vez dulce y despiadado. Asco. Odio. Dolor silencioso. Silenciado.
Bajando al hoyo, subiendo al infierno. Como ese hedor que jamás se desprende de mi tráquea.
Me está asfixiando. Incontrolable. Incalculable. Drogodependiente de ese olor a mierda. Putrefacto. Alcantarillado. Contaminado de pudre.
Sentimientos de repudio. Se debaten por luchar. Sin fin. Sin descanso. Sin paz.
Inocente impotente. Plenamente suya. De eso. Que se apodera de mi estómago hasta reventar. Arraigada a las paredes de fumar. A esa enredadera cargada de dardos que me quiere envenenar.
A ese espécimen rojo que se apoya en mi hombro intentando devorar. Metamorfosis aguda.
Una y otra, y otra vez más. Me ahogo con mi propia saliva. Déjame batallar. Déjame respirar.

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