miércoles, 5 de diciembre de 2012

Cosas


Muchas veces pienso que debería mandar a la soberana mierda todo lo que he podido escribir hasta ahora. Todo. Que no quede ni un ápice de la gilipollez que dio lugar a todos esos relatos tristes. Tristes y cortos y vacíos y demoledores y ambiguos e inventados e inútiles. Pero sobre todo cortos y vacíos. Sí. Cortos y vacíos serían las únicas palabras que podrían definir todos esos relatos plasmados en poco más de diez líneas. En realidad nunca quise recordarlos. No. Porque recordarlos sólo es la teoría que confirma que mi vida está vacía.  Y no recordarlos sería un indicio de que no creo en las historias. Cosa que no es cierta. Porque eso sería tirar por la borda gran parte de  la literatura que me ha manchado las manos de fe durante años. Sería asentir y callar ante todos esos libros existencialistas sin principio ni fin. Todos esos libros que dicen cosas que ni van ni vienen.  Dicen cosas porque siempre ha sido revolucionario decir cosas. Pero en realidad todo eso es un montón de mierda infumable. Más infumable que el ducados negro que tiene en la boca el señor mayor que siempre está en su casapuerta mirando las faldas cortas de las chicas jóvenes. Y que rezuma humedades y sangre. Qué asco da ese señor. Casi igual que esos libros. Siempre con la misma estructura.  Una cadena de cinco o seis palabras a raíz de las cuales cada autor dice muchas cosas aburridas y sinsentido que desembocan en tantas interpretaciones como personas hay en el mundo.  Y nada más. Ni siquiera un comienzo, ni un final. No. Cosas y cosas y cosas que ya han dicho otros antes y que seguramente dirán muchos después.
Creo que nunca fui capaz de acabar uno de esos libros. Pero mucha gente dice que son el recopetín . Mucha gente que se mete la cultura con calzador. Esa gente debería inmolarse.
Pues eso. Que yo soy más de historias. Qué bien me sienta la gente que sabe contar historias. Me sientan mejor que la ducha de las siete y media de la mañana en el mes de diciembre con agua hirviendo. Esa gente sabe que todo tiene un punto y final. Y que lo que pase en el transcurso es lo único verdadero y válido. En esas historias siempre hay un detonante que hace que quieras seguir adelante o detenerte y retornar a sabiendas de que puede ser  un error. Esas historias siempre dan la posibilidad de elegir. Y poder elegir es más básico que intentar respirar.
La gente que escribe esas historias hace que mis historias cortas y vacías también merezcan formar parte de los flashbacks de mi vida. Hasta podrían graduarse en eso. Graduado en contador de historias. Yo los amaría eternamente. Y nada más.

viernes, 15 de junio de 2012

Enfrentarse a lo real sin el manual de instrucciones


Maldito el momento en que decidiste abrir los ojos y regalarme piel. Sólo son las cuatro y media y ya he filtrado, analizado e interpretado siete veces las últimas palabras que me vomitaste en la cara sin pudor. Ahora estoy en mi ataúd nuevo hiriéndome al son de Johnny Cash mientras tú y tus putas os divertís en las esquinas al abrigo de la oscuridad. Esto podría haber sido un “ welcome to the jungle” y no un “ song to say goodbye”, pero ahora ya da igual. Porque siempre ha dado igual. Miento. Daría mi última bala introducida al fondo de mi cerebro por empezar una historia que acabase siendo un cuento tan espectacular como lo fue Big Fish. Pero no soy Dios y tus principios de mierda ya me pesan, cielo.
Te lo puedo gritar más claro pero no tan alto como Serj Tankian y su súper voz. Llámame cuando acabes y ven con uniforme; ya sabes que eso del amor me queda grande. 

jueves, 26 de enero de 2012

Veintiséis de enero de mil novecientos noventa y nueve

Yo, sujeto, que desaparezco y renazco cual ave Fénix, sutil entre el odio que me aferra a tus manos, que vivo y muero mientras la vida me acuna entre telarañas indivisibles y me suelta por inercia en lo más oscuro del túnel.
Mi vida, la que se ciñe a sonrisas desarmadas y búsquedas de cuerpos cansados que desembocan en sexo sin éxito .
Él, que callaba más que pronunciaba cuando necesitaba su mano bajo mi falda. Él, que guardó mi moralidad en su caja de cosas inservibles y sucias.
Su vida, la que arrasó con la mía.
Ella, mi único amor.
Ellos, extraterrestres de cualquier rincón sin luz que buscan consuelo en imágenes a color y música desnutrida.
Sus vidas, al amparo de la muerte.
Tú, que me esperarás hasta que decida decidir por ti.
Tu vida, la que me cederás sin cesar.
Nosotros, condenados a entendernos. Nosotros, que seremos algo más que palabras de un borrador al azar.
Vosotros, testigos de divagaciones de horas irreales de minutos y segundos contados.

Yo, cualquier cosa. Yo, objeto.

lunes, 9 de enero de 2012

Su rutina preferida

Las madrugadas en las que el cielo se mostraba más blanco que de costumbre, se desprendía de las sucias sábanas con sutileza y se dirigía con aire sosegador al habitáculo negro que la atraparía por minutos entre burbujas indomables y agua casi gélida. Luego, se preparaba un café con sabor a mediocridad y desnuda y sin ataduras, salía a la terraza para disfrutar el amanecer que cada día nublado le regalaba aquel destino incierto. Pasaba las horas entre las páginas gastadas de los dos libros que hacían que su corazón bombease a más velocidad de la habitual, y ya, cuando el sol cegaba cualquier atisbo de oscuridad y razón, volvía dentro y despertaba con dulzura a Clara, que siempre dormía ajena a las circunstancias. Se perdían en cuerpos desorientados hasta que la libido bordeaba el infinito. Luego se subyugaban con ira hasta su verdadero ser y, primero una y después la otra, absorbían sin cesar el elixir de la vida.


Si la amara más se tendría que transformar en la bestia a la que los días menos anímicos, llamaba hombre.