lunes, 8 de junio de 2015

Juntos a cada lado de la calle

Desde lejos se clavan las pupilas. La luz roja paraliza sus cuerpos a cada lado de la calle, pero sus ojos avanzan hacia el encuentro. Sus miradas se persiguen, corren, se alcanzan y se quedan ahí, fijas en un punto de sus caras. No se conocen, pero se sienten. Ella toca sus manos, él arrulla su pelo. Sus labios se palpan y la vida emerge de sus comisuras. Es de noche pero el sol barre sus cuerpos. A cada lado de la calle el tiempo está inmóvil,quieto, detenido ante un futuro que no se esconde, que pide a gritos ser transitado. La luz verde da paso al movimiento. Se acercan con la intención de fundir sus pieles allí mismo, en el medio de las marcas blancas longitudinales que otorgan prioridad, pero no se chocan, ni siquiera se rozan. Se dejan empujar por el aire hacia un lugar que los aleja de la luz, en el que sus corazones ya no bombean, están muertos en la rutina que empapa de oscuridad sus días. Se van sin descubrirse, no se saben, pero a cada lado de la calle estuvieron, por un momento, juntos.

No voy a volver

No quiero volver a tus manos, ya no me dan calor. No quiero bordear tus curvas, ni mirar tus ojos; descoloridos, insípidos. No me apetece danzar en tu cuerpo; desnudo, inerte. No quiero volver a registrar tu boca, ni sus rincones; oscuros, henchidos de licor cristalino. No voy a regresar a mis excusas, a tus excusas, ni a las sensaciones que me quedan cuando no estás; tristes, desiertas. Esta habitación está llena de pasado disfrazado de gotelé.

Ciego, mudo, manco

La miraba como siempre, pero ya no encontraba lo de antaño. Sus ojos, más cansados y sombríos eran incapaces de verla como antes. Se obligaba a observar los detalles de su cuerpo con la esperanza de que alguno de ellos consiguiera devolverle a un tiempo que se antojaba pleno, vivo, repleto de prosperidad. Se esforzaba por balancearse en sus curvas, por subir a sus picos, descender después hasta su foso. Hacía por saborear sus líquidos, absorber su saliva, chocarse en su boca, pero nada fluía. Quería recuperar la textura de sus manos, volver a darle abrigo, vivir en el pasado, y no esperar a que ahora, que estaba ciego, mudo y manco, llegara la derrota a susurrarle al oído que la eternidad es una falacia disfrazada de verdad.