martes, 14 de octubre de 2014

Estado pasajero

Los escucho tras la pared con sus risas enlatadas comiéndose el mundo. No los veo, pero sé que se drogan con legalidades. Hace mucho rato que mi cuerpo fantasma viajó hacia la habitación, el único espacio en el que soy capaz de conectar con el vacío y la carencia de unos brazos que me arropen. Aquí el suelo está frío y me siento presa en boca de leonas que descuartizan vidas. Me he desvinculado de la realidad aledaña porque de repente he visto mi tristeza en el espejo de sus ojos. Hoy no me interesa su mundo. Tampoco el mío, porque ahora no soy más que un sucedáneo de mí. No hay nadie más que Silencio para compartir este sentimiento, más gris y más oscuro que el gato que reina por las noches en el mundo de los gatos. Necesito una mano ajena que sin ropa me demuestre cuánto calor cabe en una caricia y cuántas caricias seré capaz de soportar antes de quebrar (me). No me duelen los huesos pero noto como amarillean. Me quedo sin tiempo para decirte que serías lo único que avivaría este hilo de voz que incluso muriendo te imagina. Ven y dame sexo. Dame amor que equilibre este desorden mental derivado de tu ausencia. No sé quién serás, pero hazme un hueco en la parte sucia de tu cama, que mientras, las estaciones sucedan. 

El otoño es el primer acercamiento a los días tristes del invierno. 

domingo, 12 de octubre de 2014

Si no soy yo quién



 Eres mi punto de referencia para volver a manchar el papel de negrura. Tenía que decírtelo. Nada hay más certero en mi vida que el hecho de que ya sólo eres arena.  Arena fina que me golpea los días de demasiado viento.  Pero es un golpe leve, un susurro fuerte. Te siento desvaneciéndote en mi piel y te dejo. Ya no quiero sostener lo que queda en mí de ti. Decidí donar ese peso a los rizos que ahora custodian tu cuerpo. Qué lejos estoy de tu boca. Estoy a kilómetros y ni siquiera me esfuerzo por acercarte de nuevo mis heridas. Miro desde fuera y ya no encuentro tu atractivo. Se ha perdido y no me preocupa si vuelve o desaparece entre la multitud como algo que nunca me perteneció. Ahora me pregunto si fue dolor lo que sentí cuando tus ojos me dijeron que jamás volverías a pisar mi habitación. La respuesta me llega inminente al pecho. Me punza. Pero es una punzada suave que me recuerda que ya no me estoy muriendo. Te veo con ella y mi rabia está en calma. Mis deseos en paz. Mi llanto no aflora. Las ganas no me gritan salir. Te veo y me da lo mismo no verte.  Ahora mi tiempo no es tuyo.
Nunca conseguí tirarme a la tumba que cavé cuando te fuiste.
Y todo gracias a mí. Y a estas ansias por querer vivirme. 

sábado, 21 de junio de 2014

Fases

Dije que estaría y estoy. Tengo que estar. No puedo permitirme la cobardía de la ausencia para paliar mis ansias por desaparecer. Huir es lo fácil, ¿no? Tú me lo demostraste. Y no pienso ser como tú. Como tú y tus mentiras; mi pasaporte a otro lugar que difería demasiado del infierno en el que sobrevivo desde que nos perdí. Lo hiciste tan bien que ni siquiera pude atisbar la falsedad. Ni al menos oler una parte de la verdad. Justo la que me decía que ya no querías morirte en mi boca desde hacía más de mucho tiempo. Ojalá te mueras. Pero que no te maten, porque entonces entenderás que no hay nada más doloroso que una herida invisible. Y yo no estaré para salvarte y hacerte valiente y devolverte al  camino. Yo no estaré como estoy esta noche ni como lo haré mañana por la mañana, porque me habré llenado del licor que guardan con recelo otros cuerpos que buscan mi resurrección. Yo no estaré como ahora. Vacía. Infectada de nada y nadies que se empeñan en rodearme. Estática mientras los accidentes suceden. Inerte. Abandonada por el órgano que me mueve. Soy un espacio en blanco, una mirada en la sombra, el paréntesis del paréntesis de la fórmula quieroestarsola. Soy un sinfín de emociones desunidas que sólo se hacen nudo cuando confluyen nuestras pupilas.
Lástima que ya no importes.



sábado, 31 de mayo de 2014

Si no eres tú quién.

Estoy. Estoy  aquí, con los pies sobre el asfalto. De nuevo fluyendo entre la multitud, que hiede a miedo y desgana. Estoy como siempre, y como antes. Como antes de que nuestras bocas se tocaran. Cuando yo no era tú y pensaba que nadie jamás podría cambiarme.  He conseguido volver al camino que seguía antes de tomar la desviación hacia ti. Este tiempo de silencio ha sido un ruido ensordecedor, un bocado en mis heridas más frescas, un empujón hacia mi tumba. Aún te echo de menos, pero ya no te encuentro con facilidad en las ruinas de mi memoria. He probado a reconstruir la imagen de tu rostro y sólo he conseguido entrever una silueta difuminada de lo que una vez importó demasiado. No he sido capaz de imaginarte con precisión. No lo he sido. Mátame. Porque ya no puedo acordarme cada día de ti. Te fuiste entonces y te estás yendo ahora. Échale la culpa al dolor que causaste, él ha querido que nuestras manos estén hoy lejos de alcanzar lo que ayer era real. Sigo. Sigo aquí, pensando en lo inmerecedor que eres de estas líneas, y en que será el único lugar en el que te mantengas vivo cuando deje de verte, de oírte, de sentir tus pasos revoloteando cada esquina de mi casa.

 Esta es la historia de una primavera sin ti. De un verano conmigo. De un invierno con otro.

lunes, 28 de abril de 2014

Re

Cerrar capítulos y seguir. Ardua tarea cuando no estás preparado para reemprender el camino y dejarte encontrar. De nuevo. Volver a trazar una línea capaz de expresar tu conformidad con la vida. Dejar que penetren en el daño para que pueda ser reparado. Reabrir. Reabrirte a la belleza de nuevos cuerpos que ansían complacer. Que no mienten. Que se mueren por sobrevolar tu ombligo y lo que viene después. Reiniciar. El paso y la palabra. Y a través de la pragmática sentir tu boca y mi habla. Coexistir con el lenguaje. Reciclar. Reciclar el tiempo y las imágenes para que todo vuelva a fluir y desarrollarse. Y reciclarte a ti para no vivir atrapada en lo que pudo ser y nunca fue. Ya no eres la de antes. Acuérdate.  Has cerrado capítulos. Y no te interesa recuperarlos. Ahora te has quedado sorda para que nunca más puedan regalarte los oídos. Ahora sólo quieres aciertos. 

miércoles, 23 de abril de 2014

La moto que me vendieron y compré (Por Ana del Valle, mi pequeña luz)

Recuerdos. Eso es todo lo que me quedaba. La parte buena, si es que la hay, es que éstos se van desvaneciendo como este cigarrillo que se consume sin una boca que lo avive. Recuerdo sus manos, sus manos al tacto. Y claro, esto es lo que más jode. No volver a tener sus manos cerca. Ni su risa. ¿Por qué maldita razón somos tan selectivos en este aspecto? ¿Por qué coño no recuerdo con la misma vehemencia el primer día que dejamos de vernos? La fugacidad del momento, que si en su día ya lo fue, podéis imaginar lo rápido que se suceden ahora en mi cabeza. Vuelven una vez al día cada cierto tiempo. Yo no elijo cuál. Pero vuelven. A veces, me alegro de que así sea. Pero en la mayoría de las ocasiones es algo así como ¡vaya putada! Vaya putada seguir acordándome de ti, aunque sea una vez cada equis tiempo.

Al principio de los tiempos, como yo lo llamo, un vaya putada tiznaba cada palabra que salía de mi boca. Ahora, todo es tan difuso como lo que me queda de ella. Un recuerdo difuso, que a ratos se vuelve aversión. Una especie de aversión creada para que todo vuelva a su cauce. Y funciona.
Si tengo que sacar algo en claro de lo que este hecho supuso para mí, llamémoslo a partir de ahora esto, porque no fue otra cosa que esto, es que, aunque suene a más tópico imposible, no puedes fiarte de nadie más que tú. Y a veces ni eso. Aunque pensándolo bien, quizás sea mejor conocer a alguien que no se encuentre con nadie a sus espaldas. Y esto, resulta imposible. Nadie está limpio del todo. ¡Y vaya si esto es una putada! Porque no siempre son sólo los recuerdos los que vuelven. También vuelves tú. Y esto no es permisible. 

Aún así, aquí estoy, rememorando y medio cumpliendo las palabras que me dije aquel día. Medio cumpliendo porque aún sabiendo que tú, el nuevo tú de mi presente, tienes eso que para mí es un lastre a tus espaldas, no quiero alejarme de ti;  de la idea de no separarme de esta historia, nuestra historia. Y es ahora cuando el ¡vaya putada! se vuelve a  convertir en trending topic. Y, joder, no sabes la pena que me da que el principio de estos nuevos tiempos se vaya a la mierda.

sábado, 1 de febrero de 2014

Ubicuidad

Él la está mirando como si mañana se le acabase la vida. Lleva a sus espaldas Dios sabe qué dudas. Él la mira y yo sólo observo la cara impenetrable de ella, que rechaza con sus pupilas cualquier gesto que pueda rozar la complicidad. Ella sabe que no quiere. Que dejó de querer hace más de varios meses. Sabe que no quiere y no puede evitar pensar en los nombres venideros que empaparán con afán el tacto blando de sus labios. No puede evitar pensar si los pechos futuros conducirán su boca hacia lugares cálidos y deseosos de visitar. Ella está ahí, en pie frente a él y sin sentir el suelo, preguntándose si el resquicio de amor que guarda con recelo sobre su ombligo servirá para prolongar la esperanza de querer un tiempo más. Pero no quiere. Él sabe que ella no quiere. Que dejó de querer hace más de varios meses. Eso es lo peor. Sabe que no quiere y no puede evitar pensar en los nombres venideros que se llevarán los recuerdos de su memoria como el más cruel de los vendavales. No puede evitar pensar si los cuerpos pendientes saciarán sus deseos más impuros y frecuentes. Él está ahí, en pie frente a ella y sin tocar el asfalto, preguntándose cuándo se irán las ganas voraces de tenerla entre sus brazos. Él necesita mil tragos para curar las heridas que ella está a punto de abrirle. Lo sé porque sus ojos están a menos de un segundo de derivar en llanto. Ellos nada más que se miran mientras culpan a la vida de romper sus primeras promesas,  todos sus te quiero, uno tras otro, hasta dejarlos vacíos de palabras, muertos de habla. Ellos permanecen de pie, culpando a la vida de ponerlos en la misma acera, en el mismo día, a la misma hora. 

domingo, 12 de enero de 2014

Tristeza por desamor

Y en estos días en que mi corazón pacer intenta, la clareada sombra  de la curvada nieve deja caer su iris sobre mi vasto ser herido, moribundo inconsciente, cuyo último aliento ve venir a lo lejos; vida que respira vida, evade este polvo anexo, éste sino ensangrentado por el quemado hierro que ahoga la garganta. Un rayo de sol no lo hay que pueda vencer tinieblas. El trigo, el río, el mar, libertad incalculable. Enclaustrada sin estarlo me siento, paloma dolorida  que no puede emprender su vuelo, esas garras asesinas sin quererlo le traerán la muerte. Negro luto que tranquilo espera el encuentro deseado, la paz del ciprés, el silencio encajonado de la mudez, la soledad y ese reposo infinito que mi Amo procura. Sin verte, ya te veo. Sin oírte, tu voz resuena en mis adentros como bramido lejano a la calma adherido. Sin tenerte ya siento que todo mi ser es tuyo aunque quieras no poseerlo. Acuérdome de tu risa, tu mirada, tu tez esclarecida como niño recién nacido que su alma abre al barro.


Amor flotante

Él se deslizó bruscamente por la tubería gris que separaba el agua flotante  del oscuro túnel que se dirigía a la depuradora. El volumen de su cuerpo no difería del de su creador;  piel oscura, espalda ancha, barriga redonda, piernas delgadas e irrupción de pelo a la entrada de la cabellera. Su condición de flotante solitario mermaba toda esperanza de aspirar a alguna otra cosa que no fuese decantar en la superficie de aguas sucias. Pero no le importaba, pues su corazón roto había soportado finales más trágicos.
Ella, sin embargo, era mucho más sutil. El movimiento suave de su resbalar concordaba a la perfección  con su frágil figura y sus despuntados ojos de reptil a punto de ser cazado por cualquier bestia salvaje. Sabía que las posibilidades de encontrar el amor fuera del cuerpo de su creadora eran escasas, pues sólo dentro de ella era capaz de sentir y vivir las emociones y las tentaciones. Era consciente de que una vez el agua mugrienta la arrastrara hasta el desarenador de la planta de depuración más cercana, su existencia se haría añicos entre bloques de lodo y gasómetros de doble membrana.
Sólo había negrura y confusión en el interior de aquella cloaca que impregnaba el aire de hedor. No obstante, ellos permanecieron intactos ante el caos mientras sus ojos daban crédito a tal conexión. El desvanecimiento parcial de sus cuerpos dejó de importar cuando sus manos se tocaron con recelo y sus corazones deteriorados formaron una pieza férrea irrompible. No les hicieron falta palabras para comprender que la bioquímica va más allá de las conductas que obedecen a los intereses de los genes; y entonces, más sonrientes y decididos que nunca jamás en el intestino de sus hacedores, tomaron impulso y se sumergieron en las aguas indomesticables que cerrarían con contundencia el telón rojo de sus fluctuantes vidas.
El reloj marcaba las diez y treinta y cinco minutos de un martes de verano y sentados en los retretes de dos sextos pisos de una avenida oculta, dos desconocidos destinados a encontrarse tiraban de un rollo de papel higiénico.


Eres para mí


Eres para mí, ese sol
que con su fuerza
y su presencia
pare al día
como una madre
da a luz a su hijo.

Eres para mí, esa brisa fresca
que impregna al puerto
de esa forma
tan peculiar de ser.

Eres para mí, mi luna,
que noche tras noche
trae la vida.
Y aunque a veces
parezca que se desvanece
siempre tiene fuerzas
para volver a iluminarnos
con sus brazos plateados.

Eres para mí, la vida
y la lucha,
porque tu trabajo,
tu no caer ante las adversidades,
tu tenacidad, tu intuición
me enseñan más de lo imaginable.
Ejemplo.

Eres para mí,
la música
y la inconsciencia de la vida
en un momento de abstracción
con armonía melodiosa.
Y te veo dentro de ese mundo
donde el juego de las notas
hace vibrar tu cuerpo
desde lo más profundo.
Sensibilidad.

Eres para mí,
todo un pensamiento
que vagando
en la noche de mis sueños
no se desvanece
en la negra oscuridad
porque es todo luz y claridad.
Añoranza.

Eres para mí,
el hogar, la tranquilidad,
los niños,
el calor de una noche fría,
la caricia de una lágrima,
un leve beso.

Sencillez.

Impacto

El reloj marcaba la medianoche cuando dejé que las sábanas me envolvieran  con su ligero vuelo. Reposaba aletargada entre aquellas cuatro paredes blancas y funestas cuando el sueño y mi respiración se vieron interrumpidos por un sonido estruendoso.  Un lúgubre lamento, un aullido desgarrado, roto y rajado que velozmente se acercaba a mi posición.
“¿Quién anda ahí?” pregunté sabiendo que la respuesta sería el silencio más desolador. El viento soplaba con la misma intensidad que un tornado llevándose  lo conocido. Los árboles, abatidos, me suplicaban redención. De entre sus hojas emanaban murmullos que me atravesaban los tímpanos sin delicadeza. El cielo hedía a podredumbre y a negrura.
¿Qué bestia indómita era capaz de producir tan espeluznante ruido? Los sonidos, que aumentaban caprichosos, calaban en mis extremidades e incidían en mis pensamientos. Estaba dominada por aquello que fuera lo que fuese, quería apartarme de esta vida.
La falta de valentía me deslizó bajo mi cama, donde la palabra cobarde resonaba una y otra vez en el eco de la noche. Cobarde. Cobarde. Cobarde. Entonces clamé. Clamé hasta quedarme afónica, con la boca abierta, sin poder hablar. Y sin apenas darme cuenta todo volvió a ser sosiego. De repente la tranquilidad se expandió por el habitáculo. Los lamentos ya no eran lamentos, y los murmullos se esclarecieron.
Salí de mi escondite y con paso indeciso me dirigí hacia la ventana.  Posé los ojos lacrimosos en la oscuridad del paisaje, y entonces, llovió.



sábado, 4 de enero de 2014

Recuerdos

Sólo recuerdo que minutos previos a la luz eterna reposaba en la camilla blanca que hedía a mis peores pesadillas. Y que no apareciste para salvarme de la manipulación de mi carne. Eso también lo recuerdo. Tengo conciencia de aquel habitáculo cegador que me pedía incesantemente que huyera. Vete y no vuelvas más, me decía mientras retenía mis piernas con correas sabiendo de antemano cuál sería el siguiente paso. Me acuerdo de la intromisión venosa que posó mis pies en el filo del abismo para después empujar mi cuerpo, en apariencia inerte, a las profundidades de un lugar del que no sabía cómo regresar. Lo que pasó en ese tiempo no fueron sueños, ni alucinaciones, ni siquiera vida. Lo que pasó en ese tiempo fue desierto y tú no estabas para aliviar mi sed.
Después sólo recuerdo dolor y lágrimas envueltos en un manto espeso de opacidad. Ojalá hubiese tenido valor para abrir mis ojos y curar con su sal los destrozos en mi piel, pero parpadeando me acordaría de ti. Y tú decidiste cederme a la camilla blanca que hedía a mis peores pesadillas.

Me acuerdo de suero y sangre y manos ajenas vistiendo mis manos. Y de los días pasando lentos y la fatiga golpeándome la garganta. Ni siquiera se te ocurrió despedirte para siempre y hacerme todo el daño de una vez. No hace falta que te esfuerces por hacerlo ahora. Recuerdo que aquello dolió más que tú.