Los escucho tras la pared con sus risas enlatadas comiéndose
el mundo. No los veo, pero sé que se drogan con legalidades. Hace mucho rato
que mi cuerpo fantasma viajó hacia la habitación, el único espacio en el que
soy capaz de conectar con el vacío y la carencia de unos brazos que me arropen.
Aquí el suelo está frío y me siento presa en boca de leonas que descuartizan
vidas. Me he desvinculado de la realidad aledaña porque de repente he visto mi
tristeza en el espejo de sus ojos. Hoy no me interesa su mundo. Tampoco el mío,
porque ahora no soy más que un sucedáneo de mí. No hay nadie más que Silencio
para compartir este sentimiento, más gris y más oscuro que el gato que reina por
las noches en el mundo de los gatos. Necesito una mano ajena que sin ropa me
demuestre cuánto calor cabe en una caricia y cuántas caricias seré capaz de
soportar antes de quebrar (me). No me duelen los huesos pero noto como
amarillean. Me quedo sin tiempo para decirte que serías lo único que avivaría
este hilo de voz que incluso muriendo te imagina. Ven y dame sexo. Dame amor
que equilibre este desorden mental derivado de tu ausencia. No sé quién serás,
pero hazme un hueco en la parte sucia de tu cama, que mientras, las estaciones sucedan.
El otoño es el primer acercamiento a los días tristes del
invierno.
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