domingo, 12 de enero de 2014

Tristeza por desamor

Y en estos días en que mi corazón pacer intenta, la clareada sombra  de la curvada nieve deja caer su iris sobre mi vasto ser herido, moribundo inconsciente, cuyo último aliento ve venir a lo lejos; vida que respira vida, evade este polvo anexo, éste sino ensangrentado por el quemado hierro que ahoga la garganta. Un rayo de sol no lo hay que pueda vencer tinieblas. El trigo, el río, el mar, libertad incalculable. Enclaustrada sin estarlo me siento, paloma dolorida  que no puede emprender su vuelo, esas garras asesinas sin quererlo le traerán la muerte. Negro luto que tranquilo espera el encuentro deseado, la paz del ciprés, el silencio encajonado de la mudez, la soledad y ese reposo infinito que mi Amo procura. Sin verte, ya te veo. Sin oírte, tu voz resuena en mis adentros como bramido lejano a la calma adherido. Sin tenerte ya siento que todo mi ser es tuyo aunque quieras no poseerlo. Acuérdome de tu risa, tu mirada, tu tez esclarecida como niño recién nacido que su alma abre al barro.


Amor flotante

Él se deslizó bruscamente por la tubería gris que separaba el agua flotante  del oscuro túnel que se dirigía a la depuradora. El volumen de su cuerpo no difería del de su creador;  piel oscura, espalda ancha, barriga redonda, piernas delgadas e irrupción de pelo a la entrada de la cabellera. Su condición de flotante solitario mermaba toda esperanza de aspirar a alguna otra cosa que no fuese decantar en la superficie de aguas sucias. Pero no le importaba, pues su corazón roto había soportado finales más trágicos.
Ella, sin embargo, era mucho más sutil. El movimiento suave de su resbalar concordaba a la perfección  con su frágil figura y sus despuntados ojos de reptil a punto de ser cazado por cualquier bestia salvaje. Sabía que las posibilidades de encontrar el amor fuera del cuerpo de su creadora eran escasas, pues sólo dentro de ella era capaz de sentir y vivir las emociones y las tentaciones. Era consciente de que una vez el agua mugrienta la arrastrara hasta el desarenador de la planta de depuración más cercana, su existencia se haría añicos entre bloques de lodo y gasómetros de doble membrana.
Sólo había negrura y confusión en el interior de aquella cloaca que impregnaba el aire de hedor. No obstante, ellos permanecieron intactos ante el caos mientras sus ojos daban crédito a tal conexión. El desvanecimiento parcial de sus cuerpos dejó de importar cuando sus manos se tocaron con recelo y sus corazones deteriorados formaron una pieza férrea irrompible. No les hicieron falta palabras para comprender que la bioquímica va más allá de las conductas que obedecen a los intereses de los genes; y entonces, más sonrientes y decididos que nunca jamás en el intestino de sus hacedores, tomaron impulso y se sumergieron en las aguas indomesticables que cerrarían con contundencia el telón rojo de sus fluctuantes vidas.
El reloj marcaba las diez y treinta y cinco minutos de un martes de verano y sentados en los retretes de dos sextos pisos de una avenida oculta, dos desconocidos destinados a encontrarse tiraban de un rollo de papel higiénico.


Eres para mí


Eres para mí, ese sol
que con su fuerza
y su presencia
pare al día
como una madre
da a luz a su hijo.

Eres para mí, esa brisa fresca
que impregna al puerto
de esa forma
tan peculiar de ser.

Eres para mí, mi luna,
que noche tras noche
trae la vida.
Y aunque a veces
parezca que se desvanece
siempre tiene fuerzas
para volver a iluminarnos
con sus brazos plateados.

Eres para mí, la vida
y la lucha,
porque tu trabajo,
tu no caer ante las adversidades,
tu tenacidad, tu intuición
me enseñan más de lo imaginable.
Ejemplo.

Eres para mí,
la música
y la inconsciencia de la vida
en un momento de abstracción
con armonía melodiosa.
Y te veo dentro de ese mundo
donde el juego de las notas
hace vibrar tu cuerpo
desde lo más profundo.
Sensibilidad.

Eres para mí,
todo un pensamiento
que vagando
en la noche de mis sueños
no se desvanece
en la negra oscuridad
porque es todo luz y claridad.
Añoranza.

Eres para mí,
el hogar, la tranquilidad,
los niños,
el calor de una noche fría,
la caricia de una lágrima,
un leve beso.

Sencillez.

Impacto

El reloj marcaba la medianoche cuando dejé que las sábanas me envolvieran  con su ligero vuelo. Reposaba aletargada entre aquellas cuatro paredes blancas y funestas cuando el sueño y mi respiración se vieron interrumpidos por un sonido estruendoso.  Un lúgubre lamento, un aullido desgarrado, roto y rajado que velozmente se acercaba a mi posición.
“¿Quién anda ahí?” pregunté sabiendo que la respuesta sería el silencio más desolador. El viento soplaba con la misma intensidad que un tornado llevándose  lo conocido. Los árboles, abatidos, me suplicaban redención. De entre sus hojas emanaban murmullos que me atravesaban los tímpanos sin delicadeza. El cielo hedía a podredumbre y a negrura.
¿Qué bestia indómita era capaz de producir tan espeluznante ruido? Los sonidos, que aumentaban caprichosos, calaban en mis extremidades e incidían en mis pensamientos. Estaba dominada por aquello que fuera lo que fuese, quería apartarme de esta vida.
La falta de valentía me deslizó bajo mi cama, donde la palabra cobarde resonaba una y otra vez en el eco de la noche. Cobarde. Cobarde. Cobarde. Entonces clamé. Clamé hasta quedarme afónica, con la boca abierta, sin poder hablar. Y sin apenas darme cuenta todo volvió a ser sosiego. De repente la tranquilidad se expandió por el habitáculo. Los lamentos ya no eran lamentos, y los murmullos se esclarecieron.
Salí de mi escondite y con paso indeciso me dirigí hacia la ventana.  Posé los ojos lacrimosos en la oscuridad del paisaje, y entonces, llovió.



sábado, 4 de enero de 2014

Recuerdos

Sólo recuerdo que minutos previos a la luz eterna reposaba en la camilla blanca que hedía a mis peores pesadillas. Y que no apareciste para salvarme de la manipulación de mi carne. Eso también lo recuerdo. Tengo conciencia de aquel habitáculo cegador que me pedía incesantemente que huyera. Vete y no vuelvas más, me decía mientras retenía mis piernas con correas sabiendo de antemano cuál sería el siguiente paso. Me acuerdo de la intromisión venosa que posó mis pies en el filo del abismo para después empujar mi cuerpo, en apariencia inerte, a las profundidades de un lugar del que no sabía cómo regresar. Lo que pasó en ese tiempo no fueron sueños, ni alucinaciones, ni siquiera vida. Lo que pasó en ese tiempo fue desierto y tú no estabas para aliviar mi sed.
Después sólo recuerdo dolor y lágrimas envueltos en un manto espeso de opacidad. Ojalá hubiese tenido valor para abrir mis ojos y curar con su sal los destrozos en mi piel, pero parpadeando me acordaría de ti. Y tú decidiste cederme a la camilla blanca que hedía a mis peores pesadillas.

Me acuerdo de suero y sangre y manos ajenas vistiendo mis manos. Y de los días pasando lentos y la fatiga golpeándome la garganta. Ni siquiera se te ocurrió despedirte para siempre y hacerme todo el daño de una vez. No hace falta que te esfuerces por hacerlo ahora. Recuerdo que aquello dolió más que tú.