jueves, 26 de enero de 2012

Veintiséis de enero de mil novecientos noventa y nueve

Yo, sujeto, que desaparezco y renazco cual ave Fénix, sutil entre el odio que me aferra a tus manos, que vivo y muero mientras la vida me acuna entre telarañas indivisibles y me suelta por inercia en lo más oscuro del túnel.
Mi vida, la que se ciñe a sonrisas desarmadas y búsquedas de cuerpos cansados que desembocan en sexo sin éxito .
Él, que callaba más que pronunciaba cuando necesitaba su mano bajo mi falda. Él, que guardó mi moralidad en su caja de cosas inservibles y sucias.
Su vida, la que arrasó con la mía.
Ella, mi único amor.
Ellos, extraterrestres de cualquier rincón sin luz que buscan consuelo en imágenes a color y música desnutrida.
Sus vidas, al amparo de la muerte.
Tú, que me esperarás hasta que decida decidir por ti.
Tu vida, la que me cederás sin cesar.
Nosotros, condenados a entendernos. Nosotros, que seremos algo más que palabras de un borrador al azar.
Vosotros, testigos de divagaciones de horas irreales de minutos y segundos contados.

Yo, cualquier cosa. Yo, objeto.

lunes, 9 de enero de 2012

Su rutina preferida

Las madrugadas en las que el cielo se mostraba más blanco que de costumbre, se desprendía de las sucias sábanas con sutileza y se dirigía con aire sosegador al habitáculo negro que la atraparía por minutos entre burbujas indomables y agua casi gélida. Luego, se preparaba un café con sabor a mediocridad y desnuda y sin ataduras, salía a la terraza para disfrutar el amanecer que cada día nublado le regalaba aquel destino incierto. Pasaba las horas entre las páginas gastadas de los dos libros que hacían que su corazón bombease a más velocidad de la habitual, y ya, cuando el sol cegaba cualquier atisbo de oscuridad y razón, volvía dentro y despertaba con dulzura a Clara, que siempre dormía ajena a las circunstancias. Se perdían en cuerpos desorientados hasta que la libido bordeaba el infinito. Luego se subyugaban con ira hasta su verdadero ser y, primero una y después la otra, absorbían sin cesar el elixir de la vida.


Si la amara más se tendría que transformar en la bestia a la que los días menos anímicos, llamaba hombre.