viernes, 16 de octubre de 2015

Desde lejos


Desde lejos llegas desarmado, desalmado, haciéndome partícipe de la reconquista de tu esencia. Desde lejos, en mi cama, te has deshecho de la pena y la tristeza por la carencia de unos brazos que te amen. Desde lejos me tocas, te miro y poco importa si afuera el sol está incendiando la tierra o si el mar está colmando los pueblos. Desde lejos te desvisto y me desnudas, vaciándome de terror, saturándome de humanidad. Desde lejos pasamos los domingos a oscuras, descubriendo cavidades y lunares, absorbiendo olores, digiriendo líquidos. Desde lejos, a tu lado, se me olvidan mis cadenas y soy capaz de caminar un poco más ligera, más flexible, más liviana. Desde lejos, contigo, vivo en un estado de quietud que se reviste de eternidad. A pocos metros me sonríes y eso es todo lo que en el fondo poseo de ti. Pero desde lejos estás tan cerca...

miércoles, 14 de octubre de 2015

Des-conexión


Atada por lazos invisibles a una humanidad cada vez más aislada. Han decidido construir murallas que separen el espacio entre sus cuerpos. Disculpa, me dicen cuando fortuitamente me tocan. Perdona, oigo incluso antes de rozarme. No los conozco pero sé que están desconectados, desenchufados de un centro que les permite caminar desde el corazón y con los pies, exhalando calor en lugar de apatía, desapego, indiferencia. Sus miradas acumulan frío desde hace años, sus rostros, insipidez. Lejanía es lo que sienten cuando pasean a milímetros de los otros, iguales en tiempo y materia y emociones reprimidas. Ninguno quiere formar parte de los demás porque ninguno ha sentido que debajo de las capas de hielo hay un lugar recóndito en el que todos se encuentran, en el que se favorece la conexión. Vivo rodeada de personas que se empeñan en despegarme de ellas mismas, alejándome de mi centro, perdiéndome en esa espiral de negrura y confusión llamada desconexión.




martes, 22 de septiembre de 2015

Gusanos


Siempre puedo encontrarla en el mismo lugar. Cerca del sofá, en un sillón de cuero falso que hace las veces de cama, enredando la lana al ritmo de las voces de la televisión, que nunca duerme. Le duelen las piernas y los pies casi no responden al movimiento. El paso de los años ha erosionado su cara. Sus pupilas, cubiertas de un velo traslúcido, le impiden contemplar los rostros de sus nietos, que crecen a sus espaldas. Se ha quitado el anillo de casada porque la medicación ha duplicado el grosor de sus dedos, que poco sienten cuando tocan otras pieles. Las arrugas han invadido su cuerpo, cansado, deteriorado, bañado de golpes de antaño. Las venas parecen querer salir a la superficie; los huesos le suplican redención. Lleva la muerte adosada a su moño. Sin embargo, ella me sonríe y siento como la vida emerge de cada diente postizo y sucio. Cada palabra que pronuncia sale disparada para aferrarse a la tierra, a un presente que se olvida de que su mente sigue queriendo existir. Ella no quiere pertenecer a su cuerpo, que la condena a vivir entre cuatro paredes gastadas y malolientes. Ella no quiere pertenecer a este tiempo, que paciente la espera para fundirla a negro.

Apuntes


A veces caminamos rápido y sin mirar atrás para, inconscientes, escapar cuanto antes del estado de dolor, privando al cuerpo de sentir y expresar las emociones que derivan de esa angustia, hiriente y cruel a todos los efectos. A veces caminamos obedeciendo a la razón, que nunca, nunca escucha al cuerpo, porque es autoritaria y siempre quiere estar por encima y por delante, controlando cada situación, cada momento de adversidad, paliando el malestar. A veces caminamos sin preguntarnos por qué estamos caminando, si eso es lo que quieren nuestros pies, siempre olvidados. Caminamos en vano y para huir, resguardándonos en el tiempo, que acaba curando nuestra piel, pero no nuestras arterias, cada vez más negras. La única forma de caminar bien es justamente dejar de caminar; abandonarse a la quietud para que el cuerpo hable. Pararse a contemplar la pena hace que el cuerpo reaccione, se active, grite. Mirar al dolor desde el cuerpo permite un sufrimiento diferente, más vivo, más mortal, menos dañino. Algunos lo llamarán intensidad, pero déjenme que les diga que la vida es intensa. A veces se nos olvida que tenemos un cuerpo y que debemos usarlo para caminar.

jueves, 6 de agosto de 2015

Espacios

Situó todos sus esfuerzos en el pomo y la puerta se abrió. El peso de la madera privó a sus manos de la acción de cerrar cuando hubo caminado un par de pasos. En frente, un espejo que ocupaba casi la totalidad de la pared más pequeña. De aspecto vetusto, con bordes trenzados y un dorado lacado presumía de ser el único objeto de la habitación. A su derecha, encajados en blancos soportes metálicos, dos cristales de visible grosor. La transparencia original había sido sustituida por una espesa capa grisácea y polvorienta que hacía eco del paso del tiempo. El suelo, cubierto de un tapiz de color claro, se antojaba propenso a la mugre; su aspecto mullido la invitaba a descalzarse y sentir las raíces de aquel espacio anómalo, olvidado, casi deforme. No había luz y la nebulosa de fuera acrecentaba la falta de visibilidad, prólogo de la oscuridad que acecharía el habitáculo minutos más tarde. Con movimientos lentos pero decididos impregnó su cuerpo del hedor de aquel lugar, que en silencio le pedía incesantemente que huyera. Y justo antes de abandonar aquel singular descubrimiento, se miró por primera y única vez al espejo para dejar que la realidad le golpeara en la cara: incluso estando ciega sería capaz de reconocerse una y otra vez en la naturaleza de aquellas estructuras tan vacías.

lunes, 8 de junio de 2015

Juntos a cada lado de la calle

Desde lejos se clavan las pupilas. La luz roja paraliza sus cuerpos a cada lado de la calle, pero sus ojos avanzan hacia el encuentro. Sus miradas se persiguen, corren, se alcanzan y se quedan ahí, fijas en un punto de sus caras. No se conocen, pero se sienten. Ella toca sus manos, él arrulla su pelo. Sus labios se palpan y la vida emerge de sus comisuras. Es de noche pero el sol barre sus cuerpos. A cada lado de la calle el tiempo está inmóvil,quieto, detenido ante un futuro que no se esconde, que pide a gritos ser transitado. La luz verde da paso al movimiento. Se acercan con la intención de fundir sus pieles allí mismo, en el medio de las marcas blancas longitudinales que otorgan prioridad, pero no se chocan, ni siquiera se rozan. Se dejan empujar por el aire hacia un lugar que los aleja de la luz, en el que sus corazones ya no bombean, están muertos en la rutina que empapa de oscuridad sus días. Se van sin descubrirse, no se saben, pero a cada lado de la calle estuvieron, por un momento, juntos.

No voy a volver

No quiero volver a tus manos, ya no me dan calor. No quiero bordear tus curvas, ni mirar tus ojos; descoloridos, insípidos. No me apetece danzar en tu cuerpo; desnudo, inerte. No quiero volver a registrar tu boca, ni sus rincones; oscuros, henchidos de licor cristalino. No voy a regresar a mis excusas, a tus excusas, ni a las sensaciones que me quedan cuando no estás; tristes, desiertas. Esta habitación está llena de pasado disfrazado de gotelé.