martes, 22 de septiembre de 2015

Apuntes


A veces caminamos rápido y sin mirar atrás para, inconscientes, escapar cuanto antes del estado de dolor, privando al cuerpo de sentir y expresar las emociones que derivan de esa angustia, hiriente y cruel a todos los efectos. A veces caminamos obedeciendo a la razón, que nunca, nunca escucha al cuerpo, porque es autoritaria y siempre quiere estar por encima y por delante, controlando cada situación, cada momento de adversidad, paliando el malestar. A veces caminamos sin preguntarnos por qué estamos caminando, si eso es lo que quieren nuestros pies, siempre olvidados. Caminamos en vano y para huir, resguardándonos en el tiempo, que acaba curando nuestra piel, pero no nuestras arterias, cada vez más negras. La única forma de caminar bien es justamente dejar de caminar; abandonarse a la quietud para que el cuerpo hable. Pararse a contemplar la pena hace que el cuerpo reaccione, se active, grite. Mirar al dolor desde el cuerpo permite un sufrimiento diferente, más vivo, más mortal, menos dañino. Algunos lo llamarán intensidad, pero déjenme que les diga que la vida es intensa. A veces se nos olvida que tenemos un cuerpo y que debemos usarlo para caminar.

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