Sólo recuerdo que minutos previos a la luz eterna reposaba
en la camilla blanca que hedía a mis peores pesadillas. Y que no apareciste
para salvarme de la manipulación de mi carne. Eso también lo recuerdo. Tengo
conciencia de aquel habitáculo cegador que me pedía incesantemente que huyera.
Vete y no vuelvas más, me decía mientras retenía mis piernas con correas
sabiendo de antemano cuál sería el siguiente paso. Me acuerdo de la intromisión
venosa que posó mis pies en el filo del abismo para después empujar mi cuerpo,
en apariencia inerte, a las profundidades de un lugar del que no sabía cómo
regresar. Lo que pasó en ese tiempo no fueron sueños, ni alucinaciones, ni
siquiera vida. Lo que pasó en ese tiempo fue desierto y tú no estabas para
aliviar mi sed.
Después sólo recuerdo dolor y lágrimas envueltos en un manto
espeso de opacidad. Ojalá hubiese tenido valor para abrir mis ojos y curar con
su sal los destrozos en mi piel, pero parpadeando me acordaría de ti. Y tú decidiste
cederme a la camilla blanca que hedía a mis peores pesadillas.
Me acuerdo de suero y sangre y manos ajenas vistiendo mis
manos. Y de los días pasando lentos y la fatiga golpeándome la garganta. Ni
siquiera se te ocurrió despedirte para siempre y hacerme todo el daño de una
vez. No hace falta que te esfuerces por hacerlo ahora. Recuerdo que aquello dolió más que tú.
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