Eres mi punto de referencia para volver a manchar el papel
de negrura. Tenía que decírtelo. Nada hay más certero en mi vida que el hecho
de que ya sólo eres arena. Arena fina
que me golpea los días de demasiado viento. Pero es un golpe leve, un susurro fuerte. Te
siento desvaneciéndote en mi piel y te dejo. Ya no quiero sostener lo que queda
en mí de ti. Decidí donar ese peso a los rizos que ahora custodian tu cuerpo. Qué
lejos estoy de tu boca. Estoy a kilómetros y ni siquiera me esfuerzo por
acercarte de nuevo mis heridas. Miro desde fuera y ya no encuentro tu atractivo.
Se ha perdido y no me preocupa si vuelve o desaparece entre la multitud como
algo que nunca me perteneció. Ahora me pregunto si fue dolor lo que sentí
cuando tus ojos me dijeron que jamás volverías a pisar mi habitación. La
respuesta me llega inminente al pecho. Me punza. Pero es una punzada suave que
me recuerda que ya no me estoy muriendo. Te veo con ella y mi rabia está en
calma. Mis deseos en paz. Mi llanto no aflora. Las ganas no me gritan salir. Te
veo y me da lo mismo no verte. Ahora mi tiempo
no es tuyo.
Nunca conseguí tirarme a la tumba que cavé cuando te fuiste.
Y todo gracias a mí. Y a estas ansias por querer vivirme.
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