La miraba como siempre, pero ya no encontraba lo de antaño. Sus ojos, más cansados y sombríos eran incapaces de verla como antes. Se obligaba a observar los detalles de su cuerpo con la esperanza de que alguno de ellos consiguiera devolverle a un tiempo que se antojaba pleno, vivo, repleto de prosperidad. Se esforzaba por balancearse en sus curvas, por subir a sus picos, descender después hasta su foso. Hacía por saborear sus líquidos, absorber su saliva, chocarse en su boca, pero nada fluía. Quería recuperar la textura de sus manos, volver a darle abrigo, vivir en el pasado, y no esperar a que ahora, que estaba ciego, mudo y manco, llegara la derrota a susurrarle al oído que la eternidad es una falacia disfrazada de verdad.
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