lunes, 25 de abril de 2011

Transbordos de locura

Despertó bruscamente encadenada a la cama en la que, como objeto de múltiples experimentos cuan menos humanos, llevaba poseída siete largos años. Arrastraba en sus ojos los vagos e insignificantes recuerdos de una vida tediosa, hecha de puñaladas de odio y recompuesta a base de whisky barato. Nadie creía que su exquisita mente traspasara los límites de la absoluta verdad hasta las fronteras de la ficción, donde sólo los enfermos se sienten como en casa. La cruda realidad no era más que la pesadilla que durante los últimos años había reflejado una y otra vez aquella tímida mirada hecha de brillante locura. Y es que allí, abocada a la extravagancia de las circunstancias y sin recordar la inicial de su nombre, sabiendo de la nada que esconde el todo y divagando entre los amaneceres que se apoyaban en el cristal de su ventana, aún sabía, como desde hacía siete años, que nueve más treinta y cinco eran cuarenta y cuatro, una hora sesenta minutos y toda una vida, él.
Y traspasando las montañas de las eternas ilusiones, llegarían al reino de los cielos como lo que siempre fueron, gritos de esperanza para todos.

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