“Realmente no sé qué
hacemos aquí”, le dijo Edward Norton a Anne Hathaway mientras sostenía un
cigarrillo con el trozo de labio que aún no se había desintegrado y caído al
suelo junto con algunos dientes y vísceras de órganos ocultos.
Anne Hathaway lo miró con recelo porque a ella apenas le
quedaba boca. Ni dientes ni lengua ni nada con lo que poder sujetar la boquilla
de un Winston. Sólo podía balbucear y rugir cual felino en posición de ataque y
a escasos metros de la víctima.
“Quiero tener el pelo igual que cuando rodé la primera
película de Princesa por sorpresa, y
no estos mechones dispuestos en sentido aleatorio”, le dijo a Norton como pudo.
Además, y siendo considerada, creo que deberías tirar esos trapos y comprarte
un atuendo adecuado a las necesidades de esta ciudad, gorjeó. París no es una
ciudad cualquiera. París es la cuna de los artistas y nosotros somos más que
eso. Nosotros somos artistas de Hollywood.
Entonces Norton echó mano de una cartera de cuero gastada
que tenía en el bolsillo e inspeccionó la pasta que había. Tres monedas de dos
euros, algunos céntimos predispuestos a salir del monedero y un billete de
cincuenta. También había un documento de identidad salpicado de sangre en el
que a duras penas podía leerse “Jérome Colville”.
Tomó el billete y emprendió el paso hacía la puerta de la
habitación de hotel. Cojeaba de la pierna derecha y en las manos sólo le
quedaban dos uñas.
Hathaway permaneció sentada frente al espejo de la coqueta con
aire sosegador y satisfactorio atribuyéndose, con la porción de cerebro que aún
permanecía activa, el papel de buena consejera. Entonces tiró de la cremallera
dorada de un pequeño neceser de color pistacho y sacó un eyeliner y un rimmel de
Yves Saint Laurent. 'Tengo que resultarle atractiva a Mortensen', pensó.
Era catorce de mayo de dos mil trece pero París seguía sumida en los
dorados años veinte. París era una fiesta. Ya lo dijo Hemingway. Gente de
diversas etnias y bagajes culturales integraban las calles parisinas. Y Edward
Norton sólo tenía hambre. Hambre de pies y manos y caras y estómagos y culos.
Pero al final acabó conformándose con un crepe de nutella.
Y cuando volvió al hotel Anne yacía en el hall con un sombrero de ala angosta de
color mostaza y un vestido ceñido blanco roto como sus ojos. Y miró a Edward
mientras hacía el amago de pestañear y balbuceó que estaba guapo. Que parecía
el señor de la noche.
Entonces juntos atravesaron la puerta giratoria y se
sumieron en el asfalto dejando el eco de sus pasos al caminar. Recorrieron los
Campos Elíseos y cruzaron el Arco del Triunfo y nunca bajaron la mirada cuando pasaban
por el lado de otros mortales. Pero los mortales observaban sus caras y cuerpos
descompuestos y tenían la sensación de que algo no iba bien. Tenían la sensación de que dos zombies
estaban creando el pánico en las aceras de París.
Después de mucho caminar llegaron a la Plaza de la Concordia
y algo insólito ocurrió allí. Había una mujer de avanzada edad con un moño y
una redecilla y muchos gatos negros a su alrededor. Era el clon de Gertrude
Stein rodeada de gatos. Gatos famélicos y alopécicos que reposaban a sus pies. Pero
la Gertrude de la actualidad no tenía pinta de lesbiana. La Gertrude de la
actualidad tenía pinta de viuda sin hijos.
Y Norton la miró y ella devolvió el gesto. Y luego miró a
sus gatos, y después a Hathaway. Y un profundo proceso de retroalimentación
invadió el aire de la plaza. Tras unos minutos de contemplaciones y análisis
vacíos Anne llegó a la conclusión de que tenía hambre. De que no había comido crepe de nutella y tenía hambre. Emprendió
entonces el paso y sin retirar sus ojos blancos de los marrones de Gertrude se
fue aproximando a su posición. Y cuando ya se encontraba a escasos metros de la
escritora se le rompió un tacón y no le quedó otra que cojear como Norton. Y
Stein vio la muerte adosándose a su moño. Y le recordó a uno de los relatos de Edgar Allan Poe.
Entonces la actriz zombie tomó a uno de los gatos negros sin
escrúpulos y lo llevó a lo que le quedaba de boca. Norton gritó que se pedía el
rabo y corrió junto a ella. Así fue como el pobre animal se desangró al sonido
de las voces histéricas de los entes que había en la plaza. Toda la gente
desalojó el lugar y los actores zombies permanecieron triturando al gato. Sólo entonces, cuando no quedó ni un resquicio de flujo rojo,
huyeron cuales cebras perseguidas por leonas. Y aquel acto sanguinario y
revolucionario quedó para siempre en los entresijos ocultos de la emblemática
plazoleta parisina.
Anduvieron a paso de gigante durante algunos minutos hasta
que llegaron a Notre Dame. Anne quería entrar a visitar la catedral y Edward
sólo quería comerse las gárgolas que la adornaban. Y como no había
compenetración decidieron tomar un taxi porque estaban cansados de caminar. “Al
café Brasserie por favor”, le dijo Norton al señor con bigote canoso y patillas
de torero que conducía el vehículo transportador de personas y zombies. Y
durante el trayecto la tapicería se llenó de sangre y vísceras de gato
alopécico que le caían del morro a Hathaway.
Se introdujeron de lleno en el famoso barrio de Montmartre y
al ritmo de zancadas sigilosas y cuerpos lisiados buscaron cuales turistas
desorientados la famosa cafetería de Amelie donde les esperaba Viggo. Aragorn.
El hombre más fucker que Anne conoció en su vida.
“En todo caso, será un placer para su real culo. El papel
era bueno, de a medio ducado la resma. Y con mi mejor letra”, dijo Alatriste
en voz alta tras darle un par de sorbos cortos y seguidos a su copa de vino
tinto.
“Soy la mejor creación de Reverte y quien diga lo contrario
miente. Miente más que la Gaceta”, añadía mientras acariciaba con su única mano
la pluma colgante de su sombrero de capitán.
Y la gente que pasaba por la calle miraba atónita el
espectáculo del jefe zombie. Algunos incluso aplaudían y arrojaban monedas al
suelo.
Eran las cinco de la tarde y los actores zombies de
Hollywood acomodados en una de las mesas del café Brasserie ya habían dado un
repaso a sus antiguas vidas El séptimo arte se había adueñado de la
conversación y nadie, excepto unas tetas acosadoras arropadas en un apretado
vestido de lycra rojo, podía desviar su atención.
Unas tetas siliconadas y redondas, cuyos pezones
resaltaban el glamour de aquel vestido
traslúcido, y sobre los que se apoyaban el cuello y la cara de Penélope Cruz,
la ramera de Hollywood, que con paso decidido abrió la puerta de aquella
cafetería-bar y posando sus ojos lechosos y desencajados en el servilletero de
la mesa en la que se encontraban los artistas zombies, alzó la voz como el que
alza palomas al cielo y dijo “chicos, hemos vuelto a nacer”. Y la mesa se llenó
de tripas y entrañas y restos de corazones. Y los demás rieron y asintieron y
se levantaron y salieron de aquel agujero sin luz y retomaron el paso y
desaparecieron. Desaparecieron como desaparecen los días y las horas y los
minutos y los segundos. Y nadie nunca supo si volvieron a deambular por los
rincones inhóspitos de la cuna del arte.
De lo peorcito que te he visto.
ResponderEliminarAlgo ha perdido, algo le falta. No crees? Sera el relato, sera el autor. Sera.......
ResponderEliminar-Hola, sigues viva?
Yo.
Seguramente le falten muchas cosas y ha perdido otras tantas. No se me dan bien los textos largos. Los cortos creo que tampoco.
ResponderEliminar-Hola, sigo viva.
Yo.
No se me dan bien los largos, los cortos tampoco. Claro entonces se te han de dar bien los intermedios, digo Yo.
ResponderEliminar-Que tal el día?
Yo.
Sí, los intermedios son mi especialidad.
ResponderEliminar-El día decente, sin altibajos. Gracias.
Yo.
Intermedio como de largo es?
ResponderEliminar-Eso suena aburrido... Los días han de ser divertidos!
-Eres una copiona. Tu no eres yo. Eres tu.
Yo.
¿Te conozco?
ResponderEliminarTú.
Algo así. Aunque no personalmente ni si te pones de vista , como mucho de letras.
ResponderEliminarYo.
No sé si eso es bueno o malo. Pero ahora sólo tengo curiosidad.
ResponderEliminarTú.
No has oído eso que la curiosidad mató al gato? Me gustaba mas cuanto tenías una foto en el perfil de blogger y salía el dibujito.
ResponderEliminarYo.
Ya, pero no se puede tener todo, chico/a.
ResponderEliminarPor qué no ? Se ha de poder. Soy chico. .si
ResponderEliminarNo seas tan freak.
ResponderEliminarYa llego tarde a eso.... No se como no serlo.
ResponderEliminarOjalá supiera tu nombre y lo que nos une.
ResponderEliminarSi lo que quieres es saber mi nombre bastaría con que lo preguntaras.
ResponderEliminar¿Cómo te llamas? ¿Qué relación nos une?
ResponderEliminarMe llamo Isaac. Mucho gusto, ves como si querías saber mi nombre te bastaba con preguntar.
ResponderEliminarHola, Isaac. Voy a permitirme el lujo de hacerte una segunda pregunta.
ResponderEliminar¿Nos une alguna red social? ¿Cuál?
Menudo lujo hacer preguntas. Ni que fuera alguien muy importante.
ResponderEliminarNo es que sea un quisquilloso pero eso en realidad son dos preguntas. (Comento).
Si alguna red social. Supongo que no debo ser alguien de quien la gente se acuerde con facilidad. Badoo.....
Parece que hasta aquí llegó.
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